El Perro del Alquimista


La historia es antigua y fantástica a pesar de aparecer referenciada en los anales de la dinastía Ming y en un volumen apócrifo de la Británica. Se sabe que Borges la tuvo por fantasiosa; Eliade la reporta como un hecho verídico. Yo simplemente la recuerdo todas las noches por una razón secreta e intransferible: fui uno de los protagonistas. Mis recuerdos son borrosos y la versión de Borges no ha logrado aclararlos. Tampoco la de Eliade. A grandes rasgos, la historia es ésta:

El anciano alquimista, tras muchos años de experimentación con el azufre y con el cinabrio, logró por fin elaborar una pócima que presumia ser el elixir de los inmortales. La prudencia, consejera sabia donde las haya, le recomendó darlo a probar a su perro antes de aventurarse él y sus discípulos a consumir el brebaje. El final de la historia no lo tengo claro. Recuerdo que el perro murió al instante y que los discípulos en medio de mofas y recriminaciones, se marcharon y abandonaron al maestro. Eliade escribe que el alquimista no quiso renunciar al fruto de tantos años de tanto trabajo, aunque este fruto lo llevara a la muerte. También apunta la posibilidad, acaso más prosaica, de que se quitara la vida simplemente atormentado por su descomunal fracaso. Borges, sin embargo, nos explica que al cabo de unas horas el alquimista y el perro resucitaron. Ambas versiones son algo inexactas porque tanto el perro como el alquimista volvimos a la vida, pero no con la misma apariencia. Hemos atravesado juntos los siglos y los continentes con discreción y con una mutua fidelidad. Yo era el perro y el que ahora es mi perro era el maestro. Todavía, cada noche, al calor del hogar o bajo la mirada de las estrellas, cuando acaricio a mi perro, le relato esta increíble historia y el me la devuelve agitando el rabo. Sé que al anciano maestro le encantan las historias fantásticas.

Juli Peradejordi

A Praninha, Brunito, Uma, Nube, Nagô y Ella

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